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Meet some of the women and men who benefit from the Retirement Fund for Religious.
Sister Beatriz Cortés, MGSpS, 79
“When I was little, I lived close to a convent,” says Sister Beatriz Cortés, a member of the Missionaries Guadalupanas of the Holy Spirit in Los Angeles, California. “The bells rang, and I could hear the sisters singing. I wanted to be part of that.”
Sister Beatriz was born in Morelia, Mexico, in December 1937. From a very young age, her mother would send her once a month for a retreat to a nearby cloistered convent. “I was sent because I wasn’t always well-behaved,” laughs Sister Beatriz. “But I liked to go because I liked the food!”
She was also drawn to religious life. At age 10, her uncle introduced her to the Guadalupanas, and she was inspired by their work with the poor. “I was 14 years old when I decided to join,” Sister Beatriz says. “My older sister was already at the convent. My father cried when I left, but I said, ‘Don’t cry. I’m happy with Jesus.’”
When she arrived at the convent, Sister Beatriz was challenged by the daily routine. “I didn’t know how to do the chores, like making the tortillas the old-fashioned way,” she remembers. “I struggled, but I asked God to help me stay with him, and I learned how to do everything.”
From 1959 to 1980, Sister Beatriz served in various missions in Mexico. In her early years, she recalls traveling from town to town and ringing a bell at 5:00 a.m. to summon the people for Mass. “The people worked very early in the morning, so we had to start early,” she explains. She would find a way to get donations of bread and atole (a breakfast drink made with cornmeal) to give the people before they went to work.
Sister Beatriz also worked in remote regions of Mexico, sometimes serving in areas with no running water and sleeping in a hammock. “Once a month, I would get a ride to town on the back of a large coffee truck,” she says. “I would stop by the stores and ask for food to take back to the mountain.”
In 1980, she traveled to the United States and began serving as a pastoral associate in locations where her community has missions. She ministered to a largely immigrant population, teaching baptism classes and preparing children for First Holy Communion and Confirmation. She also visited the sick.
One of her favorite memories comes from the time she was serving in the community’s mission in Georgia. “I prepared 80 children and 50 youth for their First Communion,” remembers Sister Beatriz. “They were beautiful!”
Hermana Beatriz Cortés, MGSpS, 79 años
“Cuando era niña, vivía cerca de un convento”, recuerda la hermana Beatriz Cortés, miembro de las Misioneras Guadalupanas del Espíritu Santo en Los Ángeles, California. “Tocaban las campanas y yo podía oír a las hermana cantar. Quería cantar con ellas”.
La hermana Beatriz nació en Morelia, México, en diciembre de 1937. Desde muy pequeña, su madre la mandaba una vez al mes a un retiro en un convento de clausura. “Me enviaban allí porque no siempre me portaba bien”, ríe la hermana Beatriz. “¡Pero me gustaba ir porque me encantaba la comida!”.
También le atraía la vida religiosa. Con 10 años de edad, su tío le presentó a las Guadalupanas, y le inspiró su trabajo con los pobres. “Tenía 14 años cuando decidí entrar al convento”, cuenta la Hermana Beatriz. “Mi hermana mayor ya estaba en el convento. Mi padre lloró cuando me fui, pero le dije: ‘No llores. Soy feliz con Jesús’”.
Cuando llegó al convento, la rutina diaria era un desafío. “No sabía hacer las tareas, eso de hacer tortillas a la antigua”, recuerda. “Me costó mucho, pero le pedí a Dios que me ayudara a quedarme con Él, y aprendí a hacerlo todo”.
De 1959 a 1980, la hermana Beatriz sirvió en varias misiones en México. Se acuerda que durante sus primeros años viajó de pueblo en pueblo tocando una campana a las 5 de la mañana para llamar a la gente a misa. “La gente trabajaba desde muy temprano en la mañana, así que teníamos que empezar al amanecer”, explica. Se las arreglaba para conseguir que alguien donara pan y atole (una bebida de harina de maíz que se toma para desayunar) para dar a la gente antes de que fueran al trabajo.
La hermana Beatriz también trabajó en regiones remotas de México, a veces en zonas sin agua corriente y durmiendo en hamacas. “Una vez al mes, alguien me llevaba a un pueblo en la parte de atrás del camión de café”, ella cuenta. “Visitaba las tiendas y pedía comida para llevar de vuelta a la montaña”.
En 1980, viajó a Estados Unidos y empezó a trabajar como colaboradora pastoral en las localidades donde su comunidad tenía misiones. Trabajó con una población mayoritariamente inmigrante, dando clases a los padres que querían bautizar a sus hijos y a los niños para la Primera Comunión y la Confirmación. También visitaba a los enfermos.
Uno de sus recuerdos preferidos es cuando servía en la misión de la comunidad de Georgia. “Preparé a 80 niños y 50 jóvenes para su Primera Comunión”, recuerda la hermana Beatriz. “¡Eran hermosos!”.